viernes, 21 de mayo de 2010

¡Qué instrumento el microscopio!


El instrumento óptico que usas en tu clase de Biología para observar elementos muy pequeños que tu ojo no puede ver, es un microscopio óptico (m.o.), también puedes utilizar otros instrumentos tales como lupas simples o lupas estereoscópicas.

El microscopio está montado sobre una base metálica pesada que le da estabilidad; en ella existe una articulación que permite a la parte superior inclinarse. La articulación se da con el brazo el cual sostiene al tubo hueco que contiene al sistema óptico. El tubo se desplaza verticalmente gracias a uno o dos tornillos: macro y micrométrico, que permiten el enfoque correcto del preparado.

El sistema óptico del microscopio incluye un sistema formado por dos conjuntos de lentes (varias lentes montadas en un tubo): lentes oculares (por donde se mira) que formará una imagen amplificada, virtual y derecha con respecto a la imagen real dada por el objetivo, pero invertida con respecto al objeto; el sistema de lentes objetivos (próximo al objeto) que da una imagen amplificada, real e invertida del objeto.

El aumento de un microscopio depende del poder de los lentes que se estén usando, este poder de aumento suele venir indicado: el ocular está probablemente marcado con 15X (lo cual significa un aumento de diez veces) mientras que el objetivo puede ser de 4X, 10X o 15X.

Si realizas una ligera presión con tus dedos junto a la base de uno de los objetivos, harás que éste se mueva sobre el soporte portaobjetivos; habrás cambiado así un objetivo por otro.

El objeto ya preparado y montado se coloca sobre la platina y se sostiene con dos pinzas o sujetadores.

La luz que puede provenir de una fuente natural o artificial, entra en el microscopio a través de un agujero que se encuentra en la platina; el espejo bajo ésta se usa para reflejar la luz a

través del orificio sobre el que se ha colocado el preparado. Una cara del espejo puede ser plana y la otra cóncava.

El diafragma controla la cantidad de luz que atraviesa la preparación y va al lente objetivo; haciéndolo girar en un sentido se abre el iris del diafragma y admite una cantidad de luz, en sentido contrario reduce la cantidad de luz.

Por último, el condensador es un sistema de lentes destinado a amplificar el foco luminoso que se refleja en el espejo o que llega directamente de la fuente luminosa.

Interacciones biológicas en el ecosistema


¡A trabajar! Lee con atención el siguiente cuento y encuentra las interacciones biológicas que allí se narran e indica de qué tipo son y quiénes se benefician o se perjudican en ellas.

POR QUÉ NO SE PUEDE MATAR UN DODO …

En una pequeña y montañosa isla del archipiélago de las Islas Mauricio, situado en el Océano Índico, al este de la gran isla de Madagascar; allá por el año de 1660, cuando no existían los motores y los grandes viajes por mar se hacían en hermosos barcos de vela, vivían un tejedor y su señora, famoso, el tejedor, por la calidad de los sombreros, bolsos, esteras, zapatos y muchas otras cosas que el tejía.
Nadie supo nunca el secreto de fabricación de los tejidos que él hacía. Nadie excepto yo. Y como Berto, el tejedor, murió hace ya muchos años, creo que lo puedo contar.
En la Isla Mauricio, de origen volcánico y clima subtropical templado que favorece la aparición de una vegetación exuberante, crecían unas esbeltas palmeras, de cuyos frutos, unos coquitos que tenían la cáscara dura y gruesa, recubierta con una capa de fibras, y que no eran mayores que el huevo de una gallina, nuestro tejedor obtenía el material para sus trabajos.

- Teresa -le decía a su mujer- vamos a ver si los cangrejos han hecho ya sus nidos.
- Ya voy Berto -contestaba ésta, y ambos bajaban a la playa y buscaban al pié de las palmeras, entre las plantas de orquídeas.
Se preguntarán, ¿qué tienen que ver las plantas de orquídeas y los nidos de estos grandes cangrejos de tierra con los tejidos de Berto?... Dejemos que él nos lo cuente:
- Éste es mi secreto, Teresa -le decía a su mujer mientras recogían los nidos-, los cangrejos arrancan las duras fibras que recubren los cocos y las ablandan hasta dejarlas convertidas en unas suaves hebras con las que fabrican sus nidos.
- Y tú utilizas esas suaves hebras en lugar de las duras fibras del coco para hacer tus tejidos -decía Teresa que admiraba la habilidad de su marido.
- Así es -contestaba orgulloso el tejedor.
Durante la primavera, la playa se cubría de orquídeas rojas, y los chupamieles, unos pequeños pajarillos, revoloteaban junto a las flores, tomando su néctar.
Pero lo que no sabían Berto y Teresa, es que los chupamieles, además de tomar el néctar de las flores, permitían la polinización de las orquídeas, pues al meter su cabecita en las flores el polen se les pegaba y ellos lo transportaban de flor en flor.
La polinización, como saben, consiste en que el polen que es la parte masculina de la flor, llega hasta el óvulo que es la parte femenina de la flor y lo fecunda. El óvulo fecundado se transforma después en una semilla.
Las flores así polinizadas, producían semillas. Las semillas caían entre las grietas de los troncos de las palmeras, y las plantas de orquídeas crecían luego arrastrándose por la arena de la playa.
Por su parte, los chupamieles construían sus nidos en las palmeras de uno o dos años, pues a estos pajarillos no les gustaba nada la dureza de las hojas de las palmeras viejas, y para estos pajarillos tan delicados una palmera de tres años era una palmera vieja.
- ¿Qué haríamos nosotros sin las palmeras? -se había preguntado en cierta ocasión Teresa.
- Mejor ni pensarlo -había respondido Berto-, sin las palmeras no tendríamos los cocos, sin los cocos no tendríamos las fibras que los recubren, sin las fibras no tendríamos los nidos de los cangrejos, sin los nidos de los cangrejos yo no podría tejer mis suaves y hermosos tejidos... Mejor ni pensarlo.

Pero estaban los dodos.
- ¡Berto!¡Berto! -gritaba Teresa en cuanto veía alguno- ahí hay otro de esos pajarracos.
Y Berto, armado con un garrote salía a perseguir al dodo, golpeándolo hasta matarlo.
¿Quieren saber por qué mataba Berto a los dodos?
Porque el dodo se tragaba de un bocado los cocos que tanto necesitaba el tejedor.
El dodo, grande como un pavo y parecido a una paloma, corría y corría, pues no podía volar ya que tenía una alitas muy pequeñas, pero como además era muy torpe y muy pesado, siempre era alcanzado por Berto. Hasta que un día...
Sucedió que ya no hubo más dodos. Berto los había matado a todos. No quedaba ninguno. Ya nadie se comería los tan preciados frutos de la palmera. Ya no habría más problemas.
- ¡Por fin! -dijo Berto a su mujer- se acabaron los dodos, ya no hay nada de qué preocuparse.

Pobre Berto. No sabía lo que iba a suceder.
Pasó un año. Y todo parecía ir igual que de costumbre en la pequeña isla. Pero Teresa, que además de muy dulce era muy lista, se dio cuenta de algo.
- ¿Te has dado cuenta Berto que este año no hemos visto ningún brote nuevo de palmera?
- Pues es verdad, mujer, ahora que lo dices. -contestó el tejedor- Pero para qué te preocupas, si hay tantas palmeras.

Y al año siguiente volvió a suceder lo mismo: ni un solo retoño de palmera apareció en aquel lugar. Entonces ambos se preocuparon un poco, pero como había tantas palmeras, pronto olvidaron aquel extraño fenómeno.
Y ahora les contaré un secreto que ni Berto ni Teresa supieron.
Yo sé por qué no aparecieron palmeras nuevas en aquel lugar, es más, por qué con el tiempo desaparecieron, pues las palmeras se fueron haciendo viejas y fueron muriendo, y ningún nuevo retoño de palmera volvió a aparecer jamás en aquel lugar.
No había palmeras nuevas, porque no había dodos.
Normalmente los cocos, que son las semillas de las palmeras, caen al suelo y al cabo de un tiempo, como ustedes saben, el embrión en su interior produce una raíz. La raíz crece, y ¡crac! rompe la cáscara y se entierra en la arena. Y entonces ¡plop! un pequeño tallito verde asoma al aire y empieza a crecer, y en poco tiempo una esbelta palmera agita sus hojas junto al mar.
Esto es lo que Berto pensaba que tenía que suceder: -Ahí están los cocos, no entiendo por qué no brotan las palmeras, decía enfadado.

Pero lo que Berto no sabía era que las palmeras de Isla Mauricio eran de una especie "especial". Sus frutos, como ya sabemos, tenían una cáscara dura y gruesa. Pero dura, y gruesa. Tan dura y tan gruesa que la raíz por mucho que empujara era incapaz de romperla, de forma que nunca habría podido brotar una palmera, a no ser que tuviera alguna ayuda.
Y ahí estaban los dodos.
Recuerden que los dodos se tragaban de un bocado aquellos pequeños coquitos. Claro que ellos lo hacían porque eran unos glotones que se tragaban todo lo que encontraban.
Pero lo que ni Berto ni Teresa sabían era que los coquitos simplemente pasaban de largo a través de todo el tubo digestivo del dodo. Allí, los músculos trituradores y los jugos gástricos reblandecían la cáscara pero sin llegar a romperla del todo, de forma que al final del proceso el coco era eliminado con el resto de alimentos sin digerir, volviendo a quedar depositado sobre la arena en medio de una hermosa mierda de dodo, que es un abono excelente para las plantas.
Y al cabo de un tiempo el embrión en su interior producía una raíz, la raíz crecía y ¡crac! rompía la cáscara ahora reblandecida, y se enterraba en la arena. Y entonces ¡plop! un pequeño tallito verde asomaba al aire y empezaba a crecer. Y en poco tiempo una esbelta palmera nueva agitaba sus hojas junto al mar.

Como pueden ver, eran los dodos los que al tragarse aquellos coquitos permitían la reproducción de las palmeras. Desaparecieron los dodos y no hubo palmeras nuevas.
Pero lo peor sucedió al tercer año.
- ¿Te has dado cuenta, Berto, -dijo Teresa- de que esta primavera no hemos visto ningún chupamiel?
- Pues es verdad, mujer, ahora que lo dices -contestó Berto- Bueno, ya volverán el año que viene.
Berto no sabía que los chupamieles no volverían. Pero ustedes sí lo saben, pues saben que los chupamieles hacían sus nidos en las palmeras jóvenes de uno o dos años, pues a estos pajarillos no les gustaba nada la dureza de las hojas de las palmeras viejas. Y como hacía dos años que no brotaban palmeras nuevas, los chupamieles no encontraron donde hacer sus nidos, y simplemente se fueron a otra parte.
Pero al irse los chupamieles, nadie polinizó las flores de las orquídeas. Y al no polinizarse las flores, estas no dieron semillas. Y al no haber semillas, al año siguiente tampoco hubo plantas de orquídeas.
Y al no haber plantas de orquídeas, los cangrejos de tierra no encontraron donde hacer sus nidos.
De forma que el cuarto año, cuando Berto y Teresa bajaron a la playa a buscar nidos de cangrejo no encontraron ninguno.
- Berto -dijo Teresa asustada-, no hay ni una planta de orquídea, ¿dónde vamos a buscar los nidos de los cangrejos?
- Tienes razón, mujer, -contestó Berto- y esto es terrible, porque ahora ya no podré tejer mis suaves y hermosos tejidos, y ya no vendrán de todas partes a comprármelos.
¿Qué habrá pasado?, se preguntaron ambos, sin saber que ellos mismos eran los responsables de aquella desgracia que les había caído encima. Ellos no lo sabían, pero ustedes sí. Por eso, si algún día ven un dodo vivo, cosa que por supuesto no será nada fácil, ahora ya saben por qué no se debe exterminar a los dodos
Saúl Schkolnik